De la Aprobación Externa al Amor Propio Interno

De la Aprobación Externa al Amor Propio

A veces, cuando somos niños nos suelen decir mucho que dejemos de llorar, que es malo sentirnos enojados, frustrados, y/o tristes. Así es como integramos etiquetas a las emociones: es bueno sentirse feliz, es malo sentirse triste o enojado.

En la infancia, generalmente somos criados con refuerzo positivo, lo que significa que si, por ejemplo, nos sentimos felices y tranquilos, entonces estamos siendo «buenos» y nos felicitan por ello. Y lo contrario ocurre en el otro caso, si estamos gritando, llorando y enojados, estamos siendo «malos» y, por lo tanto, castigados. Cuando somos niños pequeños, somos literalmente esponjas que absorbemos todo, y lo hacemos literalmente. No tenemos la capacidad de racionalizar por qué las personas actúan de la manera en que lo hacen.

Además, queremos sentirnos amados y aceptados, y es entonces cuando comenzamos a aprender a comportarnos de ciertas maneras para sentir ese amor y aceptación. En cuanto a los sentimientos, trataremos de mostrar las emociones etiquetadas como buenas y tratar de reprimir las demás. La búsqueda eterna de validación externa.

A medida que vamos creciendo, vamos copiando el comportamiento de nuestros padres. A veces imitamos y a veces hacemos exactamente lo contrario. Por ejemplo, si nuestros padres no mostraban mucho sus sentimientos, es posible que hagamos lo mismo. O podemos expresar nuestros sentimientos mucho, todo todo el tiempo, pero desde un lugar reactivo, sin realmente entender de dónde vienen nuestras emociones.

Y aquí es donde esto empieza a impactar directamente en nuestra autoestima. Cuando aprendemos desde pequeños que hay emociones “aceptables” y otras “prohibidas”, también empezamos a creer que hay partes de nosotros que son amables y otras que no merecen ser vistas. Entonces, cuando sentimos tristeza, rabia o miedo, no solo sentimos la emoción —también sentimos vergüenza por sentirla—. Así, poco a poco, vamos desconectándonos de lo que realmente somos.

Y cuando dejamos de validar nuestras emociones, también dejamos de validarnos a nosotros mismos. Nos convertimos en expertos en complacer, en encajar, en hacer todo “bien” para que los demás no se vayan, no se molesten, no nos rechacen. Vivimos en función de la aprobación externa, creyendo que nuestro valor depende de lo que otros piensan de nosotros. Pero esa búsqueda nunca termina. Siempre hay alguien más a quien agradar, algo más que “demostrar”, otro estándar que cumplir.

La clave está en cambiar esa dirección: volver la mirada hacia adentro y empezar a preguntarnos…
✨¿Qué necesito yo?
✨¿Qué siento realmente?
✨¿Qué pasaría si me doy permiso de sentirlo todo, sin juzgarme?

La verdadera autoestima nace cuando aprendemos a validarnos desde adentro, cuando dejamos de buscar fuera lo que solo podemos darnos a nosotros mismos. Y eso empieza reconociendo que todas nuestras emociones son válidas, que no hay nada malo en sentir, y que nuestra sensibilidad no es debilidad, sino una de nuestras mayores fortalezas.

Al final del día, no hay mayor libertad que ser tú mismo, sin pedir permiso.

Deja un comentario